1034. A Julia Iatridi
Barcelona, 3 de febrero de 1958
Sra. Dª Julia Iatridi
Atenas
Mi distinguida amiga,
Por fin le escribo. Sus cartas1 han estado esperando aquí, en el centro de mi mesa de trabajo, ante mis ojos todos los días. Cuando no estorbaba algo concreto, fallaba el humor. En estos últimos días, por ejemplo, he sufrido una grippe y la muerte de uno de los mejores amigos que he tenido: un gran dolor se ha sumado al cansancio físico que deja ese virus… Han sido muchas las muertes, en torno nuestro, de un tiempo para acá; uno va sintiéndose viejo, y los mismos honores con que a uno le compensan acrecientan la distancia respecto a los demás. Existen también las dificultades de orden general, muchas veces traducidas en molestias prácticas, particulares. El desenlace de la κωμικοτραγῳδία2 en que vive el país desde hace largos años parece cada día más próximo. Pero uno lo ve acercarse no sin angustia: ¿responderán a lo esperado esas fuerzas de restauración, en cuya creación hemos venido trabajando unos cuantos con tanto ahínco y tanto sacrificio? Da espanto pensar qué maraña de intereses creados se opone a la generosidad de los jóvenes, no sólo frente a ellos, sino también, y es lo triste, cerca de ellos, allí donde únicamente ayuda deberían encontrar, ya que con tanta queja y descontento se les ha estimulado.3
Volviendo a lo inmediato personal. Este verano nuestra casita de la Costa Brava no nos tuvo entre sus blancas paredes.4 La abuela5 que vive con nosotros (ochenta y ocho años) no se levanta de la cama desde hace seis meses. Sin enfermedad declarada alguna: tan sólo un reblandecimiento cerebral que la tiene entre los que son y los que no son. No se puede dejarla ni transportarla; todo proyecto de viaje está por nuestra parte suspendido —por ejemplo uno a Andalucía— por un plazo que sólo Dios conoce. Es penoso y enervador.
Mi principal labor ha sido con Sófocles.6 Preparar para la imprenta el segundo volumen de las tragedias: Áyax y Edipo Rey;7 los sendos prólogos me han ocupado con pasión que excluía toda otra idea. La visión que hoy se tiene de ese poeta es muy otra que la todavía corriente en los manuales; la figura ha merecido hasta una valoración de genial. Pronto andaré ya a vueltas con los prólogos del tercer volumen: Electra y Filoctetes.8 Pero antes espero haber dado cima a un trabajo… Va a tener usted una alegría. Estoy traduciendo al catalán una selección de poemas de Cavafis.9 La historia empieza con usted: la copia mecanografiada que me mandó de Ítaca; luego el volumen de la edición standard… Un encargo editorial sin transcendencia me llevó a traducir al castellano un par de poesías menores.10 De pronto ocurrió algo reconfortante. Un señor que pretende quedar ignorado (yo sé quién es, claro está, pero debo disimularlo)11 me invitó a verter, bajo las condiciones que yo fijara, 50 o 60 obras de un poeta, para una edición de bibliófilo. Me dejaba a mí la elección; el sugería Rilke.12 Yo objeté que Rilke está ya bastante trillado y ofrecí, en cambio, la revelación de uno de los más grandes poetas del siglo xxi que, por lo reducido del ámbito de su lengua, es poco menos que desconocido. Las muestras que el intermediario —un crítico joven con mucho talento, y también helenista—13 presentó al mecenas, gustaron mucho. Y así está la cosa. Llevo traducidas ya más de veinte piezas; las he leído a personas de situación muy diversa en lo que respecta a la poesía; y han producido indefectiblemente sensación. Estoy avezado a trabajos de esta índole, que hasta cierto punto han constituído para mí el segundo oficio necesario a todo poeta «puro» para vivir. Pero raramente me he sentido tan identificado con «mi» poeta. No precisamente con sus ideas, claro está —que al fin y al cabo son lo menos importante en un autor de versos; sino con su posición frente a las emociones y a los medios con que las expresa. Cavafis da una lección de clasicismo eterno. Todo, empezando por su gran erudición, parecía conducirle a la imitación tonta de lo griego antiguo; la moda, por otra parte, reclamaba cuadros históricos teatrales, declamatorios. Le salvó lo más auténticamente griego: el sentido de la realidad y de la forma, la fe en el pensamiento distinto y coherente —que también tiene su música—[,] el amor lúcido, consciente, feroz, a esa vida a pleno sol que nos ha sido dada a los mediterráneos entre dos abismos de misterio… Kazantzakis14 fue también genial por aquí; y por aquí acierta asimismo a ser griego de siempre hoy es Venezis, quizás no genial, pero con tan seguro talento, que usted con su gentileza me ha permitido conocer.15
Voy a pedirle, Sra. Iatridi, dos cosas. Una, un retrato de Cavafis, para satisfacer mi curiosidad, muy a lo griego, de los rostros; aunque sea tan sólo un recorte de revista.16 Otra: una biografía del poeta. (A parte de lo que trasluce de sus versos, nada sé de él; pero me esbozó un cuadro de cómo vivía el extraordinario Ungaretti,17 que lo conoció en Alejandría, donde también nació.) Leo que existe Ὁ βίος καὶ τὸ ἔργο τοῦ Κ. Κ (Atenas, 1948), de un Sr. Michael Perides. ¿Es una obra asequible?18
Desgraciadamente no lo resultaron todas las que usted me encargó.19 Recorrí en vano todas las librerías, de nuevo y de lance. Hay que esperar la reimpresión. Para todo lo referente a Unamuno, le diré de paso que puede usted consultar al encargado de ordenar y publicar sus papeles etc. el profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de Salamanca Dr. M. García Blanco.20 No he conocido persona más amable y servicial. Diríjase a él libremente, si algo necesita saber (ediciones, derechos, estudios etc.) invocando mi nombre si lo cree necesario.
Más afortunado he sido con la leyenda de Inés de Castro que ahora le interesa a usted.21 Encontré un ejemplar, todavía, de la mejor edición de Reinar después de morir de Vélez de Guevara; en la editorial me habían dicho que estaba agotada y en curso de reimpresión. Ha salido ya para Atenas, antes de esta carta y de mi grippe. Ese drama es clásico y se representa aún. En el prólogo encontrará usted la historia de la patética leyenda de amor portuguesa. Cuando yo era estudiante, nuestro profesor de literatura, el eximio Rubió y Lluch,22 daba muy pocas lecciones en la Universidad. Una de ellas la dedicaba al episodio de Inés de Castro en los Lusíadas de Camoens (canto iii). Al viejo profesor indefectiblemente se le deslizaban unas lágrimas de los ojos casi ciegos hacia la blanca barbita, cuando recitaba: «As filhas do Mondego a morte escura —longo tempo chorando memoraram…». Y yo mismo, cuando a veces me repito tan dulces versos, estoy para llorar, quizá más mi lejana mocedad que la suerte de la pobre Inés.23
Bien, querida Sra. Iatridi: el papel y la hora imponen el punto final. Como siempre, para reanudar nuestra conversación, sin más orden que el de la curiosidad intelectual y el de la amistad, cuando Dios quiera. ¡Cómo va creciendo en nosotros la nostalgia de Grecia! De esa Grecia que usted, con su afecto y sus palabras, nos personaliza tan auténticamente.
Con Clementina, suyo afmo.
C. Riba
Carta. Arxiu Literari i Històric Grec (ELIA). Publicada per Eusebi Ayensa a D’una nova llum. Carles Riba i la literatura grega moderna (Lleida, Pagès, 2012, p. 165-169).
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